Estoy macerando todos los discursos del mundo.
Quiero poder desmenuzarlos con una cuchara,
oler su carne escasa y correosa.
Aquellos que quieran ostentar la palabra,
tendrán que venir a mi cocina.
Has analizado desde tu palpitar mi cráneo con tus manos,
me has besado con una boca ciega de pura saliva
suculenta y dulce.
He saltado sobre ti y hemos caído rodando hasta la poza,
ahuyentando a las serpientes y los engaños.
No estamos aquí para cumplir nuestros deseos,
pero me has tocado y de tu ojo ladeado caía una lágrima
evaporada.
Me he sentado a horcajadas sobre ti y este abrazo,
este ritmo de bocas, manos y caderas
me hace creer que avanzamos
palpando el relieve
hacia lo sagrado.
Me he elevado sobre las antenas,
me he precipitado bajo los puentes.
He retomado viejos dolores y los he pinchado con una aguja.
Han supurado pus verde y lo he dejado secarse.
He limado las asperezas que conectan mi carne con el mundo
y ahora encajamos como dos cuencos pulidos
concéntricos e irreductibles
de madera oscura y apagada.
Nada debería cambiar sustancialmente:
es suficiente con sostener el resto de las vidas.
Siempre hay un día después del día después:
el trabajo es merecerlo.
Si de niña hubiera encontrado…
Me hubiera comprometido
ese aliento
no importa
sigo enredada
he permanecido sentada tanto tiempo…
El aceite se ha deslizado por mi vientre
la suciedad se pega.
Marcas de polvo, negras y grises
hacen vetas de imposible lectura.
El líquido siempre es brillante,
lo bebo con los ojos cerrados.
Noto como mi hígado se hidrata,
las enzimas actúan y mi digestión se acelera.
Ya está
así finaliza un ciclo
naturalmente.
Pensé que todas mis palabras iban a ser sólo para ti
que a partir de ahora pensar iba a ser pensarte
pero esta suciedad es mucho más compleja de lo que había podido prever.
Me limpiaré
para dejar de mirarme el ombligo
sólo entonces los problemas podrán parecerme venas que me dan vida.
Todos mis amantes observan con mirada fija
el patio interior de luces.
Su seriedad ha atravesado mi carne,
huele a quemado.
Una grasa amarilla mancha el suelo.
Todos ellos asienten a la orquesta de cables e interruptores
alargan el brazo al unísono.
Su mirada invertida oculta sus órganos envueltos en humo.
Esperando la toxicidad,
prefiero observar el reflejo de mañana.
Porque cuando pueda mirarlo directamente
ya será ayer.
Y habré perdido.
Es mejor no mirar directamente a las cosas.
Mi casa sobresale, naciente.
No es eterna, se arrastra a dos patas,
sufre por las noches.
Hace ruidos sordos y la reconstruyen,
menos entera, más modernista.
Nadie lo sabe, pero sus sombras no son naturales,
el rojo no marca ningún límite.
Los cimientos se ennegrecen
como las alfombras que guardan secretos
y sus habitantes nunca escuchan.
Yazco tumbada aunque no haya temblores,
espero despierta a que cierren las luces.
Mi espesura de mente
no me deja acabar.
Tengo cientos de escobas que barren solas,
y no distinguen entre suelo y muebles.
Bienvenidos a todos los conversos,
transformados en sangre escasa y espesa,
en huesos afilados, transparentes,
en piel efímera y roja.
Bienvenidos a todos a este mundo de irrealidades,
donde vivimos en las arrugas,
en casas flotantes sin techos ni aristas rectas.
Donde no tenemos hambre ni sueño
simplemente estamos, inactivos como corrientes
como alegres maldiciones
como pretendidas naciones.
Huidos como mandatos.
Hay eternas ramas y un final caliente al gusto.
Hay sonidos crujientes,
limpias ventanas.
Soy una conversa de arenosa melodía
y he renunciado a todo tipo de pensamiento.
Nuestras cerámicas no contienen nada.
Soy sorda por vocación, pero reduce el ruido.
Parto de noche por esas rayas, y no vuelvo.
Por tus bifurcaciones, y los símbolos concéntricos.
Hablo de tus manos
quiero lamerte las manos
pero temo que agarren mi voz.
Es sólo una inquietud, pero actúa como un rayo
como unos dientes, como una silla.
Es una inquietud de vida, me habla con catatónicos mugidos
me hace descreer la palabra soportable.
Todo se aleja, permanezco sentada.
Déjame llorar cuanto quiera, que por dentro soy árida y nadie descansa sobre mi roca.
Ven, acércate, que con tu reflejo no basta.
Ya sabes lo que se me da bien, protestar tirando de los manteles, dejar que las luces cierren sus puños y
permanecer a la espera.
Hay andares que yo persigo, y metáforas, como:
«Un melocotón verde y un hueso seco. Se miran y están muy quietos».
Todo debería ser así de sencillo,
¿escribo, o no escribo?
¿Te amo, o no te amo?
El grafito siempre acaba por oscurecerlo todo
y ya no tengo ánimo.
Hay un límite abarcable, y sus centinelas siempre nos hablan flojito:
“Vuélvete, vuélvete, más allá no hay nada”
y retrocedemos hasta chocarnos con el principio.
Por inercia volvemos a avanzar, enseñando nuestra calva cabeza.
El camino es tan liso y transparente que
no nos permite saber a dónde nos dirigimos.
Pero ahí están los centinelas, una vez más:
“Vuélvete, vuélvete, más allá no hay nada”
y alguien se tropieza, y todos caemos
y ellos chillan:
“¡Fuera, largo de aquí! ¡U os destriparemos y ondearemos vuestros cuerpos como banderas!”.
Me doy cuenta que tengo los ojos cerrados, pero no estoy soñando.
No puedo abrirlos.
No puedo abrirlos.
Los abro.
No hay nadie, estoy sola.
Nos han enterrado a todos, nuestras mujeres nos buscan.
Querría hablar, pero tengo la mandíbula muy lejos
querría abrazarme, pero no recuerdo mis brazos
querría pensar más claramente, pero me han robado el cerebro.
Nuestras mujeres lloran.
Me apago, sé que los centinelas nos observan.
Fríamente sacudidos, éste barco no lo lleva el mar.
Míranos. La humedad se extiende, sale de dentro.
Nos derrumbamos, vuelan las astillas,
mis retorcidas manos regresan,
las tuyas están muy hundidas.
Encuentro la cúspide de lo innecesario
donde descanso mi riada de dedos.
Estoy enferma. Me desborda el agua por dentro,
pero no lloro. No salivo. No lubrico. No micciono.
La puerta de mi casa está permanentemente cerrada,
nadie se encuentra al otro lado.
Y si alguien se asomara por debajo,
tan sólo vería un cuarto vacío.
Ninguno de los dos estamos muertos,
pero no respiramos.
Mi piel amarilla tiene que contarte historias, las arrugas de mis labios han sufrido enterramientos. No creas que sólo con tus manos vas a poder plancharme el alma.
No recuerdo quién soy, cada poro y cada pelo me grita desesperado: “¡ACTÚA, ACTÚA!” y yo tengo que hacer como si no entendiera nada. Como si las paredes no hablasen. Como si el suelo no temblara.
Las mandarinas. La madera pierde su amargura, las nubes pesan. Estoy afilada, demasiado para tu ánimo flojo. Algo en mí grita: “¡QUÉ ASCO!” y tengo que hacerle caso, aunque realmente quisiera desconectarlo de mi cerebro.
Dónde está el detalle, dónde está el descanso.
Qué modifica mi estado de ánimo, o el tuyo,
y no acertamos a realizar la genealogía de su origen.
Parece que me agota y no me llena:
es un intento de aferrarme.
Un día tuve que dejar de anticiparme a todos los acontecimientos.
Ya está bien.
Ya está bien de imaginarme todo.